El viaje de las arpilleras

Las arpilleras tienen su origen en Chile, donde durante los años 70 se convirtieron en una herramienta imprescindible para la lucha social. Mediante las primeras arpilleras, se denunciaban algunas de las vivencias del país bajo el gobierno de Augusto Pinochet. El uso del textil a veces ayudaba a expresar lo que estaba prohibido decir. Las arpilleras se realizaban, principalmente, por agrupamientos de mujeres, las cuales podían así expresarse políticamente, cosa que de otra manera era muy difícil hacer. También fue una herramienta de agrupación femenina, mediante la cual también podían compartirse otras experiencias o preocupaciones.

Para las artistas de la Fundació Ateneu Sant Roc, las arpilleras han significado muchas cosas. Lo que empezó como una actividad más del Ateneu se ha convertido en uno de los rasgos distintivos de la Fundación, estableciendo un grupo fijo de arpilleristas que han colaborado en varios proyectos. La visión de estas mujeres es la que se plasma en esta compilación de arpilleras, cada una acompañada por la historia que la artista ha querido transmitir.

Maleta, fardo, arpillera: comienza el viaje

Maleta, fardo, arpillera, es una compilación de diferentes experiencias migratorias tanto del interior del país, durante la década de los 60, como otras más recientes de todo el mundo.

Esta colección se presentó como exposición en 2012, y desde entonces se ha llevado a varios lugares de Cataluña.

Con la realización de estas arpilleras, las artistas han tenido la oportunidad de revivir recuerdos abandonados de su infancia, sentimientos dolorosos, la nostalgia causada por la añoranza de la tierra natal, o las primeras (des)ilusiones al establecerse en su nueva casa.

La montaña de Montjuïc, Antonia Amador

Esta arpillera explica cuando mis padres, mis hermanos y yo llegamos a Barcelona. Veníamos de Almería y el primer recuerdo que tengo es la estación de Francia, grande y muy bonita. Después lo que se ve en la arpillera: la montaña de Montjuic y arriba el castillo y muchas barracas.

Mi barraca era de madera, el techo de cartón cuero. Carecíamos de todo, no teníamos luz ni agua. Teníamos que ir a buscarla a la fuente y estaba lejos.

Mis hermanos, que eran pequeños, jugaban con una pelota de trapo. Mi madre bajaba todos los días la montaña para ir a hacer trabajos en las casas y mi hermana también. Y yo, que tenía 8 años cuidaba de mis hermanos y de mi casa, que era lo único que teníamos.

Fueron años duros para quien tuvo que dejar su tierra.

Cuando veo lo que pasa ahora recuerdo mis primeros años y me da rabia que todo siga casi igual.

Vareando las aceitunas, Isabel Alcalá Olivera

En el campo de Cáceres donde me crie, primero se cosechan las olivas verdes con mucho cuidado y después se varean las negras. Hay que subir a los olivos con escaleras y capazos para coger las verdes cuidadosamente, para que no se rompan. Cuando están todas negras se hacen caer al suelo con las varas, para sacar el aceite. Nosotros teníamos aceite para todo el año en casa, el suministro de la casa lo teníamos allá, además de los olivos teníamos otras cosechas y animales.

Cuando se vareaban las olivas, éramos mis hermanos y yo los que, a veces, recogíamos todos los olivos de aquella finca, que no era nuestra. Los amos de la finca ponían la tierra y nosotros la mano de obra.

Allí vivíamos de lo que sembrábamos, no había ningún sueldo.

Lo que cosechábamos, nosotros se lo llevábamos a los amos al pueblo, todo era a medias, era un trabajo de toda mi familia y de ellos.

El recuerdo de esta época es duro porque yo ya tenía amigas que iban al pueblo mientras yo me tenía que quedar trabajando en el campo.

De Granada a Barcelona, Encarna Ortega Padilla

Cuando tenía 27 años, mi marido me dijo que encontraríamos una vida mejor en Barcelona. Él vino solo la primera vez y en diciembre del año 62 ya nos subimos los dos con nuestro hijo, al tren hacia Barcelona. La despedida fue dura, mi madre no quería que me fuera tan lejos con el niño tan pequeño.

He cosido la casa de mi pueblo, la casa de mis padres, donde yo me he criado y donde viví hasta que me casé y me fui a la casa de mi suegra a vivir. Cuando tuve que empaquetar las cosas porque me venía en Barcelona, mi madre vino dos o tres días a casa de mis suegros para ayudarme a preparar las cosas y a dejar todo recogido.

Esta es la cumbre más alta de Granada, que está siempre nevada, incluso en verano hay nieve. Aquí está el árbol que había en la esquina de la casa, una acacia, y este es el camino que va al apeadero donde yo, junto a mi marido y mi hijo, andaba para coger el tren. Tardamos 26 o 28 horas para llegar a Barcelona, entonces el tren iba lleno de gente que emigraba de todos los lugares de Andalucía.

Cuando llegamos a la una de la madrugada estaba todo nevado, aquella Navidad había nevado mucho.

Cuando recuerdo mi tierra me emociono mucho, recuerdo mi familia, mis hermanas, mis padres que ya no viven. Mi marido y mis suegros están enterrados en Barcelona, esperándome a mí.

Una mirada a mi tierra desde el barco, Francisca Báez Ávila

Esta es la historia de cuando yo vine de Tánger, tenía 21 años y ya había tenido a mi hija. Mis padres vivían en Tánger porque emigraron desde La Línea cuando eran jóvenes. He vivido mi juventud y niñez con mucha ilusión. Después, cuando los árabes quisieron la independencia en el 57 las cosas cambiaron. Los españoles prefirieron irse antes de pasar miserias. Mi marido y yo teníamos la idea de quedarnos y adaptarnos a las circunstancias, pero mis padres ya eran mayores y no querían morirse allá, querían venir a España porque no tenían nada. Por eso decidimos venirnos todos a España con ellos.

Esto es lo que veía cuando venía al barco para España. Veía la mezquita, la iglesia y la escuela. Las iglesias y mezquitas eran muy bonitas, edificios emblemáticos de muchos estilos. Aquello ahora está mucho más deteriorado porque no hay dinero, hay miseria, ya no es como era.

En la representación del barco, cuento como crucé el estrecho con mi hija, que está cogida a mí cuando tendría unos 7 meses. He mezclado también algunos hombrecillos que están ahogando o muriéndose, para mostrar la situación de algunos árabes que hoy cruzan el estrecho, a veces, perdiendo la vida.

La primera vez que llegué aquí, cuando salí de la Estación de Francia, vi el cielo tan oscuro y gris que me chocó mucho, por eso aquí he cosido el cielo muy vivo, tal como lo recuerdo de Tánger y con el precioso mar de allá.

Viajo en avión, Sadaf Akram

He volado tres veces en avión. La primera vez que viajé en avión iba con mi madre, mis hermanos y hermanas. Vinimos de Pakistán a Barcelona en 2007. Íbamos todos menos mi padre que ya estaba aquí hacía unos cinco o seis años.

La segunda vez que viajé en avión fue para ir a Pakistán hace un año, para casarme. Me llevaron al aeropuerto y subí sola. El avión estaba lleno de familias de Pakistán. Me quedé seis meses y hace un mes que he vuelto.

Cuando volví a Barcelona, también volé suela. Tenía un poco de miedo pero la azafata me ayudó mucho, toda la gente íbamos durmiendo.

Me gusta mucho Barcelona y quiero quedarme aquí a vivir. Mi marido vendrá para quedarse a vivir conmigo, ahora tenemos que arreglar muchos papeles.

Nuestra clase de castellano, Fatima Oldwen

En Marruecos fui a la escuela hasta los trece años. Después me quedé en casa trabajando, así es la vida…

A mí me hubiera gustado estudiar, mi madre y mi padre sufrieron cuando dejé la escuela. Soy la única de mis hermanos que no estudió porque cuando era pequeña no quería, y ahora lo estoy pagando. Me gustaría aprender a leer y a escribir bien, eso es lo más importante para mí.

He cosido una clase, donde mujeres extranjeras de todos los lugares vienen para aprender a leer y a escribir. Y no solo para eso, sino también para conocer gente y pasar el rato.

Es importante. Yo siempre tengo problemas, por ejemplo, cuando quiero ir a algún lugar para arreglar alguna cuestión de papeles y no puedo hablar bien. Siempre llevo los papeles hasta casa porque mi marido los rellena. En el médico también tengo problemas, cuando no me entiende sufro, pero si le explico poco a poco, él me entiende lo que quiero decir. Por eso me gusta venir aquí para aprender a leer y escribir, me gusta mucho el ordenador, lo utilizamos para escribir palabras.

Vuelan las cometas, Shagufta Jabeen

Esta es mi casa del Pakistán a Gujrat, de la zona del Punjab. Allá las casas son grandes, dentro pueden vivir dos familias juntas. Tiene hasta tres pisos.

Cuando era soltera vivía con mis hermanos y mi madre, pero cuando me casé, con 15 años, me fui a la casa de los padres de mi marido, con su familia. Ayudaba a mi suegra y a mis cuñadas a hacer las cosas de casa. Hace cuatro años que vivo en Badalona y aquí las casas son más pequeñas. Los niños en Pakistán tienen espacio para jugar cada día con las bicicletas y las cometas, aquí no.

En mi país, en marzo, cuando llega la primavera y el sol, los padres y niños salen a jugar con las cometas. Subimos al patio de arriba de la casa, bailamos y comemos. Preparo mucha comida, una olla grande para todos, hacemos una buena fiesta para celebrar el comienzo de la primavera.

Feliz viaje a Barcelona, Dolores López Doménech

Esta es mi casa de Guadix, con los geranios y los claveles que se ponen a las fachadas. Cuando vine a Barcelona pensaba mucho en esta casa que dejé en el pueblo.

Vine en el tren que había en aquel tiempo, con mi hermana y con su hija que también venían a Barcelona. El viaje fue muy largo, viajamos con mucha gente que también venía para mejorar su vida. Vine soltera, y con ilusión, estaba contenta. Después, más todavía, puesto que conocí a mi marido y me casé. Ahora soy aquí con mis hijas y mis nietos, mi marido ya murió.

Flores libres, Souad el Grass

Aquí hay una mezquita, que es muy importante para mi religión, y también hay montañas, mariposas, pájaros, árboles y flores, porque me gusta mucho el campo y la naturaleza.

En mi ciudad hay muchas montañas, quizás por eso siempre me ha gustado más el campo que la playa. Pero en el campo no hay escuelas, no hay nada, ese es el problema, me gusta la ciudad solo para ir a clase, porque quiero aprender mucho. Me gusta hablar español.

Me gusta la vida con flores, me gusta la libertad. No quiero estar encerrada en casa, quiero salir, comprar, trabajar y ganar dinero para ayudar a mi familia. Libertad.

En Marruecos vivía en un pueblo y no podía hacer nada, no fui a la escuela, no trabajaba, nada. Ahora mis hermanos están mejor, todos fueron a la escuela.

Me gusta mucho mi país, pero me quiero quedar a vivir en Europa con mi marido, siempre feliz.

Cosiendo nuestros vestidos, Zaib u nisa i Ansar Iqbal

Hemos cosido un vestido de fiesta típico del Pakistán que visten las mujeres, una camiseta, unos pantalones y un pañuelo, de bonitos colores.

Es una ropa muy cómoda que nosotras siempre llevamos, es ancha y grande. Algunas mujeres españolas también visten así, les gusta mucho este tipo de ropa, pero ellas no se ponen el pañuelo, eso solo es para las musulmanas.

Los hombres también se ponen este tipo de ropa, hay poca diferencia, solo que la camisa tiene cuello.

Yo me hago mi propia ropa, a veces compro la ropa en Pakistán porque es más económica que aquí y coso a máquina en mi casa. Otras veces compro la ropa ya hecha.

En mi país también son muy importantes los bordados. Yo he bordado a mano mucha ropa de cama, las sábanas, las almohadas, muchas cosas.

El reflejo de mis manos, Parveen Akhtar, Shazia Munawar i Nusrat Parveen

Estas son mis manos de henna, llenas de pulseras como mí me gustan. Arriba hay un espejo con less, flecos en urdú.

Mis manos han trabajado mucho. Me levanto a las 7, hago el desayuno para mí y mis hijos con un té o chocolate, llevo a los niños pequeños a la escuela a las 8.30 y algunos días vengo a las 9.30 al Grupo Laila, para aprender castellano y otras cosas.

Hace unos 22 años que estoy casada y he criado a mis cinco hijos, todos son chicos.

En Pakistán he trabajado cosiendo desde casa. Con la máquina cosía la ropa para la cama, pero aquí solo trabajo en casa. Mis manos saben coser, bordar, cocinar, limpiar, peinar, escribir y mucho más.

Refugiados: el tren

Estas arpilleras nacen a partir de la exposición “Después de las olas” que tuvo lugar en noviembre de 2016 en el Ateneu Sant *Roc, en la cual se inspiraron. Las arpilleristas quisieron rendir homenaje al trabajo del grupo Open Arms Badalona. Con su conocimiento de algunas historias que habían salido a las noticias, plasmaron algunos acontecimientos como los que se pueden ver en las siguientes arpilleras.

El exilio, republicanos atravesando los Pirineos, Grupo de arpilleras Fundació Ateneu Sant Roc

Memoria colectiva. El año 1939, al final de la Guerra Civil española, miles de republicanos huyeron a Francia con la esperanza de ser acogidos.

La arpillera representa la fuga y las duras condiciones que vivieron en el campo de refugiados de Argelès, donde sufrieron frío, hambre, superpoblación, enfermedades, violaciones, muerte…

Esta fue la primera experiencia colectiva del Grupo de la Fundación.

La soledad del desierto, Justa Martín

A su corta edad, y después de perderlo todo, su familia, su hogar y quizás su país, vaga solo por el desierto. Solo con su perro y a pesar de todo no lo abandona, con él comparte su hambre y su soledad.

Los dos famélicos y cargando lo poco que tienen, cuando cree que todo está perdido, al horizonte, descubre un poco de vida, y con ella… ¡la esperanza!

Ayuda humanitaria: UNICEF, Anita Ramonet

Refugiados saharauis en el desierto de Argelia. Viven en jaimas, con mucho calor durante el día y mucho frío por la noche.

Viven en condiciones austeras y la mayoría no ve ningún final al exilio. Dependen de la ayuda internacional y con la crisis económica han sufrido muchos recortes. UNICEF, con todos sus medios, intenta consolidar campañas de vacunación, crear centros para familias, distribuir material escolar, mejorar la formación de profesores…

Con esta arpillera he querido recordar las condiciones de vida de este pueblo en campos de refugiados y la tarea de los cooperantes.

Es necesaria la ayuda de todos, ¡no lo olvidemos!

Tierra maltratada, Antonia Amador

Tierra maltratada por la naturaleza, cubierta de lonas y de telas viejas haciendo formas de barracas para poder protegerse del frío y del sol. Cuánta historia habrá debajo de estas telas que no se sabrá nunca, gente destrozada, ilusiones perdidas, sin encontrar un futuro.

¡Cuánta gente se queda por los caminos hasta encontrar estos campos de refugiados! Esto es lo que yo he sentido cuando vi esta fotografía.

“El problema de la humanidad es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas.”

Bertrand Russell

Cargar con la vida, Loli López

Cuando huyen de las guerras no solo cargan con lo poco que pueden, también cargan con los miedos, la rabia, las injusticias…

Cargan con sus hijos y con sus mayores con la esperanza de darles una vida digna, y durante el camino, también cargan con dificultades y dudas sin saber en qué lugar los acogerán.

Un poco de esperanza, Antonia Amador

Reflexionando sobre los campos de refugiados, pienso que aquellas personas vienen huyendo de estas malditas guerras, del hambre y de todo tipo de necesidades.

Después de dar muchos tumbos por caminos, cruzando montañas y desorientados llegan a una frontera. Piensan que lo peor ya ha pasado, pero no es así. Se encuentran con estos alambres que les prohíben el paso. Y a algunos de estos hombres, mujeres y niños se los llevan a campos de refugiados y allí se encuentran también con carencias y hambre.

Pero también hay grupos de voluntarios que intentan hacer menos duro el día a día. Los ayudan dentro de sus posibilidades y sobre todo los escuchan. Intentando que vean un poco de esperanza.

Huir, Mònica Moro

Huir de tu casa, de tu pueblo, de tu país, dejar atrás la familia, los amigos, el trabajo. Huir buscando un futuro mejor, pero incierto. Qué valentía tienen los que lo hacen y atraviesan lugares hostiles y desconocidos. Y con todo esto en mi cabeza empecé a hacer esta arpillera, sencilla y plana en la que cada puntada era un toque de realidad. La playa de Lesbos, las barcas llenas de gente, el rescate y la llegada a la playa.

En la tela hay tres pequeños mundos: los niños que juegan a pesar de todo, los socorristas de Open Arms que lo dan todo para salvar vidas y un médico atendiendo a un niño que ha conseguido llegar vivo. Qué mal corazón y cuánta realidad, qué necesario no olvidar…

La zancadilla, Paqui Báez

Mi arpillera es una denuncia del trato que recibieron unos refugiados en la frontera entre Serbia y Hungría, que corrían buscando su libertad y unos periodistas que cubrían un reportaje para la televisión, uno de ellos puso la zancadilla, tirando al suelo a un hombre serbio que llevaba a su hijo en brazos huyendo de la policía y con la intención de cruzar la frontera y conseguir una vida mejor.

Salvamento en Lesbos, Encarna Ortega

En mi arpillera explico la gran tarea que hacen los chicos de Badalona. Escogí este tema como homenaje a ellos, por la gran tarea que hacen salvando vidas y exponiendo la suya. Todos deberíamos ser más humanos y ayudar más.

Sant Roc: el lugar de llegada

Puntada a puntada, las mujeres de Sant Roc han querido mostrar su barrio, la diversidad de su gente, las culturas que conviven y el aprecio que sienten por sus calles, sus fiestas… en definitiva, su gente.

A través de estas arpilleras podemos conocer algo mejor los casi 50 años de historia de este barrio de Badalona.

Recortes de historia a Sant Roc, conjunto de varias arpilleras del Grupo de arpilleristas

Conjunto de 12 arpilleras hechas con pequeñas puntadas que reflejan la realidad de los 50 años del barrio, elaboradas en 2016 desde la perspectiva personal de cada arpillerista.

Cada arpillera muestra una historia diferente de este barrio que vive detrás de experiencias venidas de todo el mundo, pero cosidas de esperanza por un mundo mejor.

Vendiendo rosas por Sant Jordi, Trini Amaya


Vendo rosas desde que tenía 12 años. El día antes de San Jorge voy al mercado a comprar todas las rosas para preparar todo con antelación. Este día me gusta mucho y me hace mucha ilusión ir a vender rosas porque es el único día del año en que tengo un trabajo fijo. Siempre soy yo la que se encarga de todo, aunque mi marido me acompaña en la parada. Allí me pongo a vender las rosas con el parasol y la mesa durante todo el día del 23 de abril.

La Plaza Roja, Antonia Amador y Roser Hernández

Hemos querido representar como nos gustaría que el barrio cambiara, puesto que está muy deteriorado. Nos gustaría que se conociera como un barrio limpio donde hay buena convivencia y unión con los vecinos. Esta es nuestra ilusión, aunque no sabemos si la veremos hecha realidad.

La Feria de Artesanía, María José Vera

He querido reflejar la Feria de artesanía que hacemos en las fiestas de mayo del barrio de Sant Roc. Las asociaciones preparan paradas con sus productos. Hay de todo: repostería, manualidades de ganchillo… Hay de todo y para todos los gustos. Acude mucha gente, se compra, se vende y lo pasamos de maravilla.

Aprendemos unas de otras, Aurora Flores

Cuando era pequeña ayudaba a cuidar a mis hermanos, yo soy la mayor y tenía que estar con ellos porque mis padres iban a vender y no podíamos ir a la escuela. De pequeña no sabía ni leer ni escribir y ahora que estoy en el Ateneu aprendo un poco. Mi hijo lo llevo a la escuela para que no sea como yo el día de mañana. Estamos aprendiendo todas juntas, las mujeres marroquíes y las mujeres gitanas. Unas aprendemos de las otras, nosotros aprendemos de ellas y ellas de nosotras.

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