Caixa de cartó amb fotografies.
Me traje todo lo que por alguna razón decidí conservar. Pasé se- manas seleccionando y desprendiéndome de cosas. Entre esa se- lección, traje conmigo una pequeña caja forrada de azul. Con foto- grafías y diapositivas del álbum familiar.
Fotografías que más tarde utilizaría, poco a poco, para desarrollar mi obra artística y, para ganarme la vida. Fotografías con las que he hecho de alguna manera un proceso de elaboración de mi duelo migratorio y que han acompañando la construcción de mi nueva vida. Fotografías que contienen lo que más duele haber dejado del otro lado: principalmente mi madre y mi paisaje. Al emigrar con 24 años supongo que la distancia marca muy de repente ese pa- quete de vida joven que dejas atrás y todo lo que te ha rodeado en etapas tan significativas como la infancia y la adolescencia. Tal vez fue todo eso lo había intentado meter en la cajita azul y por eso fue tan prolífica.
Para mis trabajos artísticos como alumna en la Escuela Massana utilizaba las fotografías de aquella caja azul como punto de parti- da. Las reproducía, las fotocopiaba, las rayaba, y pronto empecé a estamparlas en telas con las que cosía faldas, camisetas y vestidos que vendía en tiendas y mercadillos. Fotos de mi familia, de mis paisajes, de mi ciudad, de mi infancia empezaban a estar en todas las prendas de vestir que diseñaba.
No me consideraba inmigrante. Pero creo que inconscientemente tenía un gran conflicto de identidad. Buscaba en los apellidos de mi árbol genealógico. Italiana, criolla, española, francesa, vasca, gallega, holandesa, navarra, catalana. Pero evidentemente no era europea. Ni siquiera tenía pasaporte de la Unión. Entonces qué era? Era el olor de mi madre, mi paisaje pampeano, mis playas frías y vírgenes, era las manos de mi abuela acariciándome, mis tías abuelas, era mis hermanas pobres, mis primas lejanas, mis amigas bellas. Era mi padre trabajando como animal, mi abuelo intelectual, educador, pianista. Era mis tíos guerrilleros, mis tías desaparecidas,
mis primos muertos. Era mi familia culta, pobre, ingenua, noble, luchadora, ilusa, terca, violenta, política, humana. Europea?
Era todo lo que había dejado, pero era todo lo que me encontraba. Poco a poco me fui reconociendo, me fui entendiendo, me fui sin- tiendo parte, recomponiendo. Integrando?
La fotografía de mi madre y mi abuela fue la más reproducida en mis pinturas y creaciones textiles. Posiblemente buscaba una identidad en aquellas fotografías que miraba y reproducía decons- truyendo esos paisajes, sonidos, personas y aromas. Quizás, intentando evitar que desaparezcan en los nuevos y tam- bién hermosos paisajes, sonidos, personas y aromas del nuevo continente.
El 4 de julio de 2013 nació mi hijo Pedro. Entonces empecé a sos- pechar que había sido inmigrante y a ordenar estos trabajos y a reconocerlos como obra migratoria.
Ahora. Mirando para atrás una vez más, me miro limpiando casas, recogiendo los cristales de la basura, pintando, cosiendo, estam- pando; me observo a mi misma en aquel primer día de facultad, en el primer día libre para ir a la biblioteca, en las colas de extranjería, etc… Y, a pesar que no puedo negar que lo he vivido con cierta an- gustia e incertidumbre, me recuerdo feliz, ilusionada, agradecida y embelesada por esta tierra que también me ha visto crecer, apren- der, derrumbarme y levantarme mil veces y que, fins i tot, me ha dado el regalo más precioso que jamás hubiera podido imaginar: mi hijo Pedro.
Ahora, sólo me queda pendiente una cosa: agradecer.” Clara.